Desde muy temprano se escucha su zumbido inhumano, el producido por sus feroces dientes que acaban con todo a su paso. Mi mañana previa a salir de casa, transcurre como las otras, me levanto, uso el sanitario por 15 minutos, me baño en 8 minutos, me visto en 5 minutos, tiendo mi cama en 10 minutos. Ese sonido sordo de animal de metal continúa rodeando mi casa, de la ventana del frente a la de al lado, a veces se escuchan varios al tiempo. Mientras preparo y como mi desayuno, trato de deshacerme de la desesperanza y reemplazarla con valor para esquivarlos y continuar mi camino hace mi lugar de trabajo.
Una vez subo a cepillarme los dientes y a abrir las cortinas, es cuando empiezo a buscar sus figuras en los jardines que rodean mi casa y crecen por todo el barrio. Los vecinos salen de sus casas sin ninguna clase de preocupación. Pasan como si nada, al lado de esta manada de asesinos que disparan los deshechos de su comida por todos los lados, pequeñísimos proyectiles teledirigidos a los ojos. Si ellos logran sacar el valor de enfrentarlos, no veo por qué yo no. Con mi boca fresca, la mochila cruzada ¿los bolsillos llenos? Uno, dos tres golpes en el respectivo. “sí, está todo”. 2 vueltas a la llave y miró con terror los jardines.
El aullido ronco, el mascullar de las aspas que se comen el césped y las pequeñas arañitas, se escucha cada vez más fuerte. Me acerco por el camino del bosque y los veo. Son seres grandes, de color naranja con ojos vidriosos, salidos como un gran prisma. Su ropa es naranja también, y se tapan la boca como los peores villanos del oeste. Lo que genera el terrible zumbido es un brazo metálico que les sale de su ante brazo, lo mueven en un movimiento pendular generando una revuelo de hojitas secas, ramitas que vuelan en todas las direcciones.
Hay dos a lado y lado del camino, no me ven, pero empiezo a sentir a mis pies los fragmentos de cadáver vegetal. Por su velocidad y golpeo contra mi ropa, me imagino lo que harán cuando lleguen a mis ojos. Busco entonces otro camino, pero me acaba de encerrar un tercer sujeto, me escabullo por un lado hacia otro atajo, allí hay otros tres de estos sujetos moviéndose en un vaivén, se alejan del camino y vuelven con su brazo mecánico envuelto en una nube de hojas que mueren. No me ven, ninguno se detiene ante mi presencia, solo yo me petrifico, los siento más cerca, los pedacitos pegan contra mis manos, mis hombros, mis mejillas. Cubro mi cara y con un grito salgo corriendo despavorido, huyendo de sus proyectiles hasta que salgo del bosque, hacia la calle, libre, sano y salvo.
Cruzo la calle con cuidado y miro atrás. El equipo de amables jardineros poda el césped de las zonas verdes de mi barrio. Al continuar mi camino, un sucio entra en mi ojo.
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