El sol brillaba como nunca antes había brillado en la ciudad, sus rayos de sol se metían por toda ranura o rejilla que encontrara para quemar algún cuerpo sudoroso. Por las montañas no se veía una sola nube y el viento no venía nisiquiera a traer esperanzas de que se acercarían buenas sombras celestiales. Creía que en el parque, a las sombra de los árboles me iba a refrescar y que el mismo sonido de sus hojas que bailaban con el aire me harían olvidar del infierno pegotudo que estaba viviendo la ciudad; pero no, todo lo contrario, el calor era más intenso, más ardiente, golpeaba mi cuerpo lleno de ira, envolvía con su temperatura hasta lo que no salía a la luz y mi ropa se llenaba de asquerosas islas humedas que se pegaban a mi cuerpo. Abría la boca, ampliaba las fozas nasales y hacía un esfuerzo inutil por que mis oidos se abrieran más para que circulara algo de ese espeso y escaso oxigeno que se deslizaba como un liquido amargo. Me secaba unas cuantas gotas de sudor que se habían ge
(Y todo lo que ésta puede hacer)