Había una vez dos amigos de barrio, que como vecinos, se juntaban todos días, después de estudiar, y jugaban un partido de fútbol con los otros niños del barrio en la pequeña cancha de arena del barrio, la que quedaba junto a la iglesia. Este grupo de niños dejaba todo a la suerte de una moneda. Ésta, determinaba cuál de los dos equipos sacaba primero, a cuál de los dos le tocaba el jugador malo que todos rechazaban, a cuál de los dos le tocaba la arquería de piedras y a cuál le tocaba quitarse la camiseta. Eran días de calor, de un sol que tostaba las copas de los àrboles. Los que se quitaban la camiseta, celebraban por poder estar más frescos, no les importaba que les fuera a picar la combinación entre sudor y grama y tierra. Estaban felices por liberarse de esa tela sofocante que les impedía correr frescos como en un mal comercial de productos naturales. Los que permanecían encamisados, se conformaban con ese olor a ropa humeda, con el estampado de su súper heroe pegado a la espalda
(Y todo lo que ésta puede hacer)