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¡Indios Verracos!

En vista de que este texto ha tenido tan buena acogida en el salón de clase (C=5.0) y en personas cercanas quiero estregarles en la cara un relato sobre la llegada de los Españoles a los territorios antioqueños. Espero que lo disfruten y me dejen "chicaniar".

Estaba muy contento, además de las vasijas que llevaba para la casa, los Dioses me permitieron cazar unos curies salvajes y carnudos. Nuestro Dios del Sol, brillaba sobre el camino de piedra que mis ancestros habían construido y extendía su luz sobre el valle, llenando de alegría y vida cada casa, cada quebrada, cada familia. Yo, saludaba al sol brillando con él, gracias al brazalete de oro que una de mis mujeres me había dado. Hacía mucho no se sabía de una guerra con nuestros vecinos, y los cultivos estaban en su mejor estado, con un esplendor que me dejaban saborear el maíz desde la parte más alta de la montaña.
Me detuve un momento para apreciar lo que teníamos, mirándolo desde un montículo del camino. que sabía, me permitiría ver cada rincón y escuchar cada murmullo de animal que habitaba el valle. Pero no escuche murmullo alguno, fue más un silencio tenebroso que precedió el grito de una de esas malditas flechas negras. Su grito era mayor que el de los truenos y tenía un aliento que invadió el valle desplazando el olor de la mazorca y el oro fundido.
Este nuevo sonido, no era ni de los "huaca" más temidos (forma en que los indígenas de estás zonas llamaban a los demonios, para ellos también eran los culpables de causar enfermedades mortales), ni venía del llamado de un Dios; por eso corrí como pude, lo más rápido posible bajando la montaña con más fuerza que la cascada. Me encontraba con coterráneos iguales de apurados y algunos impávidos, paralizados por el grito de maldita flecha negra.
Todo corríamos al palacio del cacique, donde habían citado ya con todos los tambores de alarma. Nuestra comunidad estaba en pánico. El sabio Casaquives, salió con su túnica de oro y plumas "El grito de las montañas no ha sido un grito de los Dioses, ni el rugido de un jaguar. Es un grito que viene de los hombres. Un grito que espantó a los animales, lleno de humo y más mortífero que las flechas de serpiente. Estos hombres son distintos, son blancos y tan grandes como una planta de maíz; parecen animales salvajes cubiertos de vello y escamas brillantes y algunos tienen debajo, ciervos gigantes. Su grito sale de una lanza abierta que llevan en sus manos y sus voces son extrañas, llenas de palabras indescifrables como las de las bestias de la selva. Pero son hombres de afuera, ambiciosos y hambrientos. Son ajenos a estas que son nuestras, a los adornos que usamos, a las mujeres que amamos. Que no los vaya a confundir su tamaño y sus ropajes; no son Dioses, son tan mortales como los vecinos guerreros del otro valle, con la misma ambición por lo nuestro y así como ellos mueren a nuestras manos, así morirán los salvajes de afuera antes de pisar nuestra tierra.”
Todos los hombres y hasta las mujeres más bravas se alistaron para la guerra. La hermosura de sus ropajes sólo se comparaba con los Dioses más feroces, y el veneno de sus flechas llevaba el mal de los demonios Huacas que más victimas habían cobrado.
Fui a casa para asegurar a mi familia y la de mis hermanos mientras recogía mis ropas de guerra. Pero escuchamos otro grito de hombre blanco salvaje, éste más fuerte que el anterior. Este alarido ensordecedor causó un mayor pánico en nuestro pueblo, un terror mezclado con ira. En vez de quedarnos suplicando misericordia y corriendo, la furia de pensar en que otros tendrían lo nuestro nos empujó a tomar nuestras pertenencias, y a dejarles un territorio inútil y vacío a los velludos como micos pero blancos. La mitad del pueblo e fue a destruirlos, la otra mitad abandonamos nuestras casas y nos escondimos en los árboles de la selva. Se escuchaban los gritos de nuestros guerreros seguido de los gritos de las malditas flechas negras; y entre los árboles veíamos nuestro pueblo abandonado. Pero no nos llenamos de lágrimas, ni de temor, nos llenamos de verraquera.

Comments

Paulafat said…
Este ya lo había leido, pero lo volví a ver con gusto.
Me conmueve mucho pensar en tantas cosas que pasaron hace tantos años, y toda la sangre que ha sido derramada y que se sigue derramando en estas tierras.
¡Besitos!
Anonymous said…
Por un momento pense... ooohhhh, Apocalypto a la Colombiana, pero no... no era una epidemia de miedo, sino de verraquera!!!
:D

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