Frente a ti.
Para algunos puede pasar inadvertido su inmensurable poder, que aunque a nuestra simple vista parece inofensivo, puede llegar a crear un mundo inexistente de los que hay en la imaginación; hace que el Olimpo entero tiemble ante un mortal que utilice su fuerza, temeroso de que los más simples ademanes lo hagan desaparecer.
Su cuerpo rígido y estático sigue un camino invisible que nadie conoce, pero que se va formando a medida de su paso, dejando a la vista un laberinto de vericuetos enmarañados, incaminables para quienes tratan de seguir su rastro, pudiendo quedar atrapados entre caminos irreconocibles, incomparables o sumamente similares, los cuales van ahogando la mente en un mar de desesperación.
Pero hay quienes llegan hasta ese punto que indica el final, donde no hay más caminos que recorrer y solo queda el blanco silencio de su ausencia; donde se dan cuenta del daño irreparable de sus actos, que, aunque no haya nada más ahí que un apacible blanco, esas mentes escasamente naufragas del desesperante seguimiento, quedan segadas por la oscuridad de sus actos, confundidos por esa dirección final de sus caminos.
Pero me he tenido que quedar sentado, impávido frente a él, para darme cuanta de que no tiene la culpa de nada, pues somos nosotros los que generamos los ademanes para destruir a los dioses, los que formamos esos desahuciadores vericuetos y les vamos dando una dirección y un sentido. Él sólo sigue ese camino invisible que generamos con nuestra mente, pero que a su paso se va haciendo real.
Para algunos puede pasar inadvertido su inmensurable poder, que aunque a nuestra simple vista parece inofensivo, puede llegar a crear un mundo inexistente de los que hay en la imaginación; hace que el Olimpo entero tiemble ante un mortal que utilice su fuerza, temeroso de que los más simples ademanes lo hagan desaparecer.
Su cuerpo rígido y estático sigue un camino invisible que nadie conoce, pero que se va formando a medida de su paso, dejando a la vista un laberinto de vericuetos enmarañados, incaminables para quienes tratan de seguir su rastro, pudiendo quedar atrapados entre caminos irreconocibles, incomparables o sumamente similares, los cuales van ahogando la mente en un mar de desesperación.
Pero hay quienes llegan hasta ese punto que indica el final, donde no hay más caminos que recorrer y solo queda el blanco silencio de su ausencia; donde se dan cuenta del daño irreparable de sus actos, que, aunque no haya nada más ahí que un apacible blanco, esas mentes escasamente naufragas del desesperante seguimiento, quedan segadas por la oscuridad de sus actos, confundidos por esa dirección final de sus caminos.
Pero me he tenido que quedar sentado, impávido frente a él, para darme cuanta de que no tiene la culpa de nada, pues somos nosotros los que generamos los ademanes para destruir a los dioses, los que formamos esos desahuciadores vericuetos y les vamos dando una dirección y un sentido. Él sólo sigue ese camino invisible que generamos con nuestra mente, pero que a su paso se va haciendo real.
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JAJA